La sexualidad no es solo cuestión de sábanas arrugadas y miradas cómplices. Es también, durante siglos, un tema serio que ha ocupado a las mentes más brillantes de la filosofía. Sí, estos mismos pensadores que suelen devanarse los sesos sobre el ser, el tiempo o la existencia también se han preguntado: «¿Pero qué hacemos con nuestros deseos, nuestros impulsos, esa necesidad a veces embarazosa, a veces sublime que llamamos deseo?».
Spoiler: nadie está de acuerdo. Pero todos tenían algo que decir. Hagamos un pequeño recorrido filosófico por la sexualidad, sin tabúes, pero con muchas sonrisas.
Platón y Aristóteles: Amor divino vs. Biología básica
Platón, el eterno romántico de turno, veía el amor como una especie de cohete espiritual. En El Banquete, explica que el deseo sexual, en lugar de detenerse estúpidamente en la satisfacción carnal, puede impulsarnos hacia la contemplación de la Belleza con mayúscula. En resumen, para él, el sexo es como Netflix: puede empezar como una serie ligera, pero terminar como un documental muy profundo sobre la búsqueda del alma.
Aristóteles, sin embargo, no estaba de acuerdo. Más realista, se dijo: «¿Sexo? Útil para tener hijos y perpetuar la ciudad. Punto». Clasifica los placeres como se clasifican las aplicaciones de un smartphone: los de la mente en la cima, los del cuerpo un poco más abajo, pero aún necesarios. Moralidad: Platón se eleva, Aristóteles se reproduce.
Kant y Rousseau: Cuando la moral entra en la alcoba
Avancemos unos siglos hasta Immanuel Kant, el gran maestro del deber. Para él, la sexualidad debería ser como un buen juego de Monopoly: reglas claras, respeto y, sobre todo, sin trampas. ¿Reducir al otro a un objeto de placer? Inaceptable. En su Metafísica de las costumbres… Estableció que el acto sexual debe ser digno. Nada de libertinaje del siglo XVIII: para Kant, todo es racional, incluso en la cama.Jean-Jacques Rousseau, en cambio, era un poco más sentimental. Para él, la sexualidad es natural, una pasión como cualquier otra, que debe ser domada. Valora la autenticidad de los sentimientos: un buen matrimonio, la sinceridad, y listo, la sexualidad puede ser armoniosa. En resumen, donde Kant saca una regla para medir la moralidad del acto sexual, Rousseau saca un ramo de flores.
Nietzsche: «¡Rompamos las cadenas y vivamos la vida!»
Luego viene Nietzsche, el enfant terrible. Su filosofía se basa en la voluntad de poder y ve la sexualidad como una fuerza vital. Olvídense de las reglas estrictas, Nietzsche quiere que dejemos de sentirnos culpables y experimentemos el deseo como una forma de autoafirmación. Según él, las religiones y las morales que reprimen el sexo son gigantescas destructoras del amor, máquinas que frenan la creatividad y la alegría.
Por lo tanto, aboga por una sexualidad libre de restricciones, una energía pura y vital. En resumen, Nietzsche es un poco como el rockero rebelde del pensamiento sexual: «¡Más allá del bien y del mal, pero sobre todo más allá de tabúes y juicios!».
Freud y Lacan: Bienvenidos al inconsciente, no hay garantía de escape.
En el siglo XX, Freud irrumpió en escena con su idea revolucionaria: la sexualidad no se limita al acto; está en la psique, inconsciente, a veces reprimida. Para él, incluso los niños tienen una vida sexual (¡uf, eso causó un escándalo!), y la libido explica muchos comportamientos. Freud inventó así el concepto de «sexualidad infantil»… y el psicoanálisis que lo acompaña.
Lacan retoma el hilo y añade una dimensión adicional: el lenguaje. Para él, el deseo nunca se satisface, siempre falta y se estructura mediante palabras. En otras palabras, incluso cuando creemos entendernos en la cama, siempre hay un significante extraviado. Con Lacan, el dormitorio se convierte en un laberinto simbólico.
Foucault: La sexualidad, una cuestión de poder
Michel Foucault, por su parte, decide romper el mito de la sexualidad natural. En su Historia de la Sexualidad, demuestra que lo que llamamos «sexualidad» es, de hecho, una construcción social, moldeada por discursos médicos, legales y religiosos. En otras palabras, si crees ser libre en tu sexualidad, probablemente sea porque ya estás atrapado en un juego de poder invisible.
Surge el concepto de «biopoder»: las sociedades regulan los cuerpos, clasifican las prácticas y distribuyen permisos. En resumen, Foucault es el maestro del «cuidado, todo es político, incluso lo que haces bajo las sábanas». Sartre y Beauvoir: Libertad, responsabilidad y emancipación Jean-Paul Sartre, con su existencialismo, ve la sexualidad como un terreno donde la libertad está en juego. ¿El problema? El riesgo de cosificar al otro. En El ser y la nada, describe la tensión entre sujeto y objeto: cada uno desea ser libre, pero también poseer al otro. La sexualidad se convierte así en una frágil danza entre el deseo, la libertad y la responsabilidad.Simone de Beauvoir, por su parte, aplica esta reflexión al feminismo. En El segundo sexo, denuncia la opresión de las mujeres reducidas a su función sexual. Para ella, liberar la sexualidad femenina significa liberar a toda la humanidad. Y esto no es solo un capítulo de la historia: sigue siendo un tema candente.
¿Y hoy? Entre Onfray, Preciado y el consentimiento.
En el siglo XXI, se alzan otras voces. Michel Onfray aboga por una sexualidad epicúrea, libre de culpa. Paul B. Preciado deconstruye las normas binarias y analiza la mercantilización de los cuerpos. Sylviane Agacinski explora cuestiones de género y diferencia sexual.
Pero, sobre todo, la estrella de los debates contemporáneos es el consentimiento. Más que un simple «sí» o «no», es un proceso, un diálogo continuo, un reconocimiento mutuo. Filosofar sobre la sexualidad hoy en día también significa reflexionar sobre cómo construir relaciones respetuosas, libres y, al mismo tiempo, conscientes de las cuestiones de poder. Conclusión: De las Sábanas a los Debates
Desde Platón hasta Preciado, pasando por Kant, Nietzsche, Freud y Beauvoir, los filósofos han demostrado que el sexo no es solo una cuestión de placer, sino también un vasto campo de reflexión. A veces espiritual, a veces biológico, a veces opresivo, a veces liberador, permanece en el centro de nuestras preguntas sobre el cuerpo, el deseo, los demás y la sociedad. Así que, la próxima vez que alguien te diga que la filosofía es abstracta, recuerda: incluso los más grandes pensadores se han interesado por lo que ocurre bajo la superficie. Y no solo un poco.




















